La Danza habita nuestros cuerpos
¿Por qué bailo? Una pregunta que me planteaba a menudo. Y toda respuesta iba
encaminada a un ¡Me Gusta!
Baile es sentir, es arte y deporte, es gustarse a si mismo durante el acto
del movimiento. ¿Os imagináis representar un beso en una danza improvisada?
Agradezco enormemente haber reconocido que mi minusvalía no es un impedimento
para realizar actividades útiles. Sería un penoso desaprovechamiento de mis
capacidades intelectuales y físicas si me dejara reducir por tendencias
sociales e morales a simple polvo de capitulación. ¿Por qué tirarse del puente
si la mayoría lo hace? ¿Por qué no considerarse un “Juan Salvador Gaviota” con
sus facetas enteras?
Querer volar, querer danzar, desear flipar, jugar y como no: Amar. ¿No
conduce todo esto a lo mismo?
Lo que trato de decir es que el individuo con deficiencias físicas o
psíquicas puede desarrollar con motivación propia o ayuda ajena, diferentes
danzas o expresiones aplicadas a la particularidad de cada uno. A base de mi
propia cojera y dificultad en el habla he aprendido a convertir mis
dificultades en unos instrumentos creativos. Resulta fácil soltar todas tus
tensiones internas mientras estas bailando. Yo diría que es una intuición del
ser humano congeniar mediante movimientos acoplados con ritmos y melodías de
profundas intimidades y pasiones. Lo que en la vida real resulta desesperadamente
inútil, con el baile esos deseos se manifiestan de una forma espontánea.
Érase una vez:
Recuerdo que hasta los 15 años nunca me había atrevido a iniciar ni
siquiera un paso, más difícil todavía era pisar la pista de baile. Los
complejos sumados a la timidez me impedían sacar el León que guardaba en mi
pecho. ¡Y lo que es el destino! Con varias copas de champán en nochevieja
desaparecieron de golpe mis dudas, mis complejos. Empecé a bailar y como una
esencia irresistible iniciaba pasos, giros, saltos a media altura y me sentía
un chico feliz por haber descubierto este placer de la vida. A partir de esa
memorable nochevieja frecuentaba a menudo las salas de baile y me atrevía cada
vez con mayor soltura, inventando nuevos movimientos, como si quisiera decir a
los jóvenes que me estaban mirando ¡Me voy a comer el Mundo!. Se puede decir
que con cada baile aumentaba la confianza y seguridad personal. Y eso se dejaba
notar en el resto de mis actividades cotidianas.
Lecciones:
Es Viernes. 11:00 h. Es hora de empezar la clase. Mis alumnos esperan
impacientes en la sala. El lugar no es muy grande, pero las personas que
aprenden a mi lado me demuestran lo sensacional e emocionante que es para ellos
poder danzar e expresar.
Laura, una chica de 17 años, parapléjica cerebral y confinada a una silla de
ruedas, hace grandes progresos en el arte de la expresión corporal. Además
conseguimos hacer una coreografía estilo Rock’n Roll para silla de ruedas y
andante. Antes siempre manejaba la danza con gente puesta en pie, personalmente
los denomino “Andantes”.
Yo, por ejemplo, soy un Andante. Después me planteaba la manera de hacer
algo con los que no tienen posibilidad seria de mantenerse y moverse a pie.
Para asimilarlo no hay mejor forma que igualarse a sus mismas condiciones y
desde allí ingeniárselas para improvisar, probar, hacer una serie de variantes
con la música. El producto de esta adaptación es conocer los pros y contras de
los afectados. La enseñanza, luego, resulta comprensible e aceptable para
ellos.
Enseño a similares míos, pero incluso para mi hay mucho que aprender. La
vida entera es un aprendizaje, llena de sorpresas y amargas secuencias, y
dentro de sus canales uno navega por rutas elegidas. La danza es un pretexto
válido para fortalecer la personalidad. Enriquece la parte impulsiva del ser
humano. ¡Dicho queda!
@Ava
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