UNA VIDA EN UN ABRIR Y
CERRAR DE OJOS
Suave.
Así fue el tacto que recuerdo cuando te escribí aquella palabra invisible
en la palma de tu mano, aquella tarde, hace 9 años y muchos picos.
Fresca.
Así sentí tu sonrisa, cuando saqué magia de una improvisación de las mías
y te regalé esa rosa que le compré a un vendedor ambulante que, casualmente,
pasaba por allí.
Curiosa.
Así sentí tus ojos y tu boca, que me lanzaban propuestas difíciles de rechazar,
con el fin de querer saber más sobre mi vida.
Horroroso.
Así me confesaste, mucho tiempo después, que mi jersey te pareció todo menos
elegante,
con esas pelotillas en el tejido que llevaba. Y yo, que me veía tan bohemio con
él.
Sorprendente.
Así debiste sentirte cuando empecé a contarte mis historias de trotamundos
y de versos libres, voladores.
Y nos
volvimos a ver.
Y, tras aquella primera tarde —lluviosa, por cierto—, sucedieron muchas más.
Un hilo se enredó con el otro,
y nuestros tejidos empezaron a enlazarse en las primeras historias en común.
Tempus
fugit.
Ya no estamos en el mismo punto que antes. Tú lo sabes, yo lo sé.
Lo curioso es que hemos madurado bien juntos.
Encontramos un hueco donde guardar nuestros tesoros
y un modo de enlazar nuestras manos y brazos con los del otro.
Sin temor.
Ya puede explotar una bomba atómica frente a nosotros:
juntos, y con manos enlazadas,
lo afrontaremos,
para escribir juntos un nuevo libro,
en otra historia,
en otro mundo,
en otro abrir y cerrar de ojos.