NO NECESITO DE MUCHO PARA SONREIR
No
llevo zapatillas cuando voy por mi casa,
necesito sentir los pies en el suelo,
deslizarme sobre él, cuando estoy eufórico,
o simplemente tirarme al lado de sofá
y ponerme a mi perra querida
sobre mi pecho para sentirla respirar,
y verla con esos ojos negros de amor perforador.
Necesito ser yo a menudo,
y dejar colgado en alguna parte
el traje invisible que llevo cuando salgo a la calle.
Puedo decirlo,
ahora que estoy desnudo para sincerarme delante de la pantalla.
A veces estoy cansado de intentar revivir y echar fuego de buenas intenciones
a las amistades que se están apagando lentamente.
Y es la
pura verdad,
siento desgaste, siento vació, siento distanciamiento,
al escuchar siempre las mismas dinámicas de explicaciones moralmente correctas,
y anímicamente estériles.
Cierro
los ojos y me dejo ir,
para ir a correr junto con los lobos siberianos
que vienen para recordarme que aún me queda mucha esencia de querer vivir,
y comerme la vida gusto.
Me
conocen por mi constante energía,
por mi sonrisa a mal tiempo,
por ser un buen amigo simplemente.
Pero a ratos también me siento débil,
como descargado y desanimado.
Son micro ratos en el reloj biológico.
Y si, a veces me sumerjo como anónimo,
entre masas de gente que no me conocen.
Escucho, observo,
y me dejo sorprender por algún hola inesperado.
Mi cara no necesita mucho para sonreír.
No necesito mucho para volver a recuperar.
Solo un poco de tiempo.
Nada más.
Y en
500 años me seguirán leyendo.
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