skip to main |
skip to sidebar
Relato: La sonrisa en el Kiosco
La sonrisa
en el Kiosco
Cada día
sobre las 12 me pasaba por la Plaza de la Esperanza donde estaba el Kiosco.
Hace poco que el Kiosco había cambiado de dueño y ahora lo llevaba una Señora
amable de cabello rubio rizado y que siempre me saludaba con una sonrisa, de
las más profundas que he visto. Compraba la prensa diaria, aparte de unos
fascículos diarios sobre el arte de la seducción y placeres poco comunes.
¡Hola, de
nuevo por aquí!, me respondía con su sonrisa típica y que me aportaba un poco
de elegancia deseada al día a día.¡ Si aquí estoy, ya me ves! le devolvía la
sonrisa. ¡Pues te tengo reservado lo tuyo!, me tuteaba con una naturalidad
plasmante. Mientras se disponía a revolver en sus revistas para localizar mi
pedido, yo observaba con una atención discreta su cara marcada por algunas
arrugas. No eran feas, me parecían ríos por donde fluía toda la sensatez y
madurez que ella me transmitía. Justo en el instante que yo tenía clavada mi
mirada en sus ojos de azul eterno, ella desvío su cara encontrándose con mi
mirada descubierta. ¡Aquí lo tienes!, descubriendo mi atrevimiento galán de
mirarla de esa forma.
Lo único que
hacia es ampliar aun más su sonrisa de miel de sol. Yo no quería ser menos
pensé, y al entregarme ella las revistas le deposite suavemente las monedas
sobre la palma de su mano, acariciando apenas con mi dedo índice su mano al
retirar mi mano y añadía: ¡Siempre estas al tanto de mi pedido!¡Naturalmente
que si, y mira ha salido una nueva edición de autores alemanes contemporáneos,
quizás te interesa! y daba unos pasos saliendo de la caseta de su Kiosco.
Llevaba una chaqueta negra de lana fina que le protegía del fresco otoñal,
debajo una blusa que me parecía de Satén, también negra. ¡Pues si por favor,
enséñamelo!, respondía.
Me acercaba
a ella, y solo estaba a dos palmas de distancia de ella respetando la separación
cordial. Del bolsillo de su chaqueta sacaba sus gafas, y con delicadeza
maestral se las colocaba inclinándose sobre la mesa exterior para alcanzar unos
libros situados al otro extremo. ¿Te ayudo? le ofrecía mi ayuda en un gesto de
caballerosidad. ¡Si por favor, aguántame estos otros libros!, y sacaba uno tras
otro para llegar al deseado. Su perfume me volvía de blanco y negro regresando
a los ambientes de la década de los 40.¡Ya esta, aquí lo tienes! Al entregarme
el libro ella añadía: ¡Es “La esencia perdida de los Besos” de Sabine Herz. Lo
leí el otro día y es muy profundo, te gustara!
Al ver el
Libro ilustrado de un rojo tentador, le respondí: ¡Que buena recomendación me
has hecho, esta autora siempre me cautivo!¡A propósito, no se tu nombre! me
dirigía a ella con el libro en la mano. ¡Estrella, es un placer!, me decía. Con
dos besos en su mejilla, le pague y me despedí tras desvelarle también mi
nombre. El resto del día intentaba centrarme en mi trabajo, pero apenas podía.
Su perfume aun caracterizaba el libro que me había entregado ella. Al aparecer
la noche, llegue a casa. Una ducha, y una infusión me hicieron de ceremonia de
apertura para iniciar la lectura del libro. La escritora remarcaba en su obra
la importancia de la forma de dar los besos. Había besos ligeros y sin apenas
profundidad que eran ideales para ser dados en sitios públicos con poco tiempo
disponible. Estaban también los besos que atrapaban, que más que besos ejercían
de clímax superiores de nuestras propias lujurias personales. El libro sencillamente
me cautivaba. Yo ya me consideraba aperturista y liberal en cuanto a formas de
pensar, pero agradecía enormemente esa porción de novedad a añadir.
A la mañana
siguiente me levante con un Flash fijo en mis pensamientos. Antes de pasar por
el Kiosco iba a comprar una rosa que iba a ser acompañada con una gran carta
que en su interior contendría 10 sobres más pequeños, igual que las famosas
muñecas rusas. En el último sobre más pequeño iba a introducir un mensaje:
¡Estrella, me has sorprendido con ese libro! ¿Te apetece ir a cenar conmigo?
¡Te digo esto, porque me gustas y quiero conocerte!
Con la
sorpresa ya en mis manos me dirigía a su Kiosco. Al acercarme me sorprendió no
verla, en vez de ella estaba una señora anciana, que decía ser su Tía. ¿Estrella
está bien? le preguntaba. Y con ojos llorosos me respondió: ¿No lo sabía?
¡Estrella tiene Cáncer y su estado ha avanzado tanto que le obligo a
hospitalizarse! Tras facilitarme la habitación y el hospital donde ella estaba
ingresada, fui inmediatamente a verla.
Al entrar en
la habitación la veía sola, aun sonriendo. Se sorprendió al verme entrar. ¿Tu
por aquí? ¡Qué agradable sorpresa! Le agarre su mano y le pregunte ¿Estrella,
cuéntame que ocurre?¡Es terminal amigo mío! decía. Y sin poder remediarlo mis
lágrimas saltaron, y le entregue la rosa y el sobre. Sus ojos cansados
brillaron al abrir los sobres y al leer la esencia del mensaje contesto: ¡Si
quiero, quiero cenar contigo! Y con esas palabras mi corazón pasó a ser suyo y
mis lágrimas se entremezclaron con una sonrisa que tenía un sabor ciertamente
complicado. Dentro de mi sabía que iba a estar por ella todo lo que hiciera
falta ….. ella solo me pedía: ¡Abrázame muy fuerte, y no me sueltes por favor!
¡Dios!, a
veces la vida es un autentico misterio.
@Ava
0 comentarios:
Publicar un comentario