Cada mañana realizaba el mismo ritual, Desmontaba la torre de sillas para colocarlas una por una en la terraza del Bar-Restaurante. Semana santa estaba a punto de caer, y la vida ajena de otros lugares empezaba a llegar a este trozo de pueblo perdido en las costas del Atlántico. La gente del pueblo parecía despertar de su largo sueño invernal, como si hicieran el mínimo desgaste para echarlo todo en estos meses primaverales – veraniegos.
Mi jefe me llamaba siempre cariñosamente “ola rubia”, porque según su observación a la gente que que acudía al restaurante le gustaba mi forman rápida y natural de atenderles. Apenas se lo discutía, ya bastante tenía con no perder mi hilo positivo de afrontar este trabajo. No era lo que yo había soñado al dejar los estudios, pero me daba para existir, para mi hija y para salir adelante dignamente. El divorcio hace apenas un año me dejo exhausta de tanta pelea, de asumir que entre el y yo ya no había más relación que el bienestar de una niña de 13 años.
Hace días me había fijado en un hombre, con barba canosa, quizás llegaba a los 50, no lo juraría, pero tampoco lo descartaba. Lo veía acercándose cada día a las nueve de la mañana a la playa. El quitaba sus zapatos, caminaba descalzo hacia la orilla y una roca que había al lado. Se sentaba y pude reconocer como sacaba una libreta y empezaba a escribir. El restaurante estaba justo al lado de la playa, por lo que el hombre pasaba cada mañana cerca del mismo. Mientras limpiaba y fregaba la terraza mis pensamientos estaban en decenas de asuntos, pero mi curiosidad fue creciendo cada dia, ¿Qué escribía aquel hombre? Ni lo conocía, tal vez un recién llegado, un refugiado de los acosos de la sociedad competitiva y acosadora.
Cuando el hombre acababa de escribir, vi que sacaba la hoja y empezaba a doblarla, en formas, en utensilios viajeros. Un día parecía un avión, y lo vi lanzarlo con decisión al mar. Otro dia le vi colocar algo en lo que me parecía un barco de papel. Y dejaba que se fuera. Cuando el hombre finalizaba su ritual emprendía el mismo camino de regreso, Pasaba muy cerca de la terraza, y se perdía en el camino que llevaba a una urbanización costera. Nunca paraba, su cara decidida a no revelar, sin facciones de emociones, solo la mecánica del desplazamiento corporal, del adelante a alguna parte.
Los días se sucedieron, y puntual a las 9 llegaba el, pies en arena y a escribir, a dejar, y a regresar. No puedo explicarlo, pero mi sensación de incertidumbre y aprecio por este hombre iba creciendo, iba haciéndose duda que no podría aguantar mucho más tiempo. Un día decidí limpiar a las afueras del restaurante, con la intención de cruzarme con el, quería hablarle, era curiosa, lo sabia, pero no era una curiosidad chafardera, más bien una necesidad creciente de hablar con el, conocer sus motivos, algo. Tenia la escoba en la mano cuando lo vi venir, me gire hacia el y le dije –Buenos Días - El se paro algo sorprendido y respondió – Hola que tal, buenos días -
Yo sin más dilatación le explique que llevaba tiempo observando su ritual, la forma como escribía, y su partida, le decía que me había impactado vivir esas repeticiones cada mañana. Me atreví a preguntarle sus motivos, que escribía. A lo cual el me respondió, - sentémonos por favor, y tráeme un café, y te hablare, me hará bien soltar peso, palabras –
- Suba por favor – le indique. – Ahora se lo traigo -. Y en unos minutos regrese, con café, lo servi y me senté en su mesa. Al rato de echar un buen trago, el respiro y empezó a hablar:
- Mira, yo vengo cada mañana a la playa por una promesa, por un sentimiento de “Echar de menos” a una persona que fue todo en mi vida. Pero no la pude retener, la muerte se la llevo, de repente, de la noche a la mañana, pero eso si, antes de irse me dijo que por favor la recordara cada mañana con algún verso, con algún pensamiento que saliera de mi corazón, de la vida que tuvimos durante tanto tiempo. Haz eso y yo te sentiré en el lugar que este. Hazme llegar de algúna forma tus emociones, tu amor, tu todo, hazlo volar, hazlo navegar, y yo estare esperando la llegada de tus barco de papel, de tus aviones de papel. Y al decir eso, ella se fue, apretando mi mano, el apretón último. Desde entonces estuve en el caos, en la ciudad anónima, hundido, pero un buen dia me levante y me dije voy a hacerle llegar mi vida, decirle que siempre la voy a amar, que viviré con dignidad. Y desde entonces cada mañana escribo algunos pensamientos, algunos versos, sobre papel, y se lo hago llegar a ella, volando, navegando, y se que llegan –
Al escuchar sus palabras yo no pude reprimir mis aguas y comencé a llorar en silencio. En un impulso sentido le di un fuerte abrazo y sentí que el correspondió y me abrazo también. Le note un fuerte suspiro, un fuerte alivio. Y de sus palabras salió un: - Gracias, necesitaba una amiga -
@Ava
1 comentarios:
Que hermoso y conmovedor, todos necesitamos alguna vez esa mano amiga.Me ha emocionado, gracias.
Publicar un comentario