Encuentro en
clave de soltura
Llevábamos ya muchos meses que nos veíamos en diferentes lugares. Nuestras circunstancias no eran sencillas. Ambos lo sabíamos. Pero también teníamos claro lo importante que éramos el uno para el otro en nuestras vidas.
Cuando nos veíamos en alguna cafetería discreta nos sentábamos juntos pegados, sentíamos el roce de nuestras piernas. Hablábamos tanto, otras simplemente nos aguantábamos la mano, acariciando y deseando que las dos horas que teníamos pasaran lentamente. Me contabas tus cosas de casa, tus preocupaciones, yo mis logros, mis pequeñas locuras, y tus contra locuras nunca faltaban.
Un día, no se bien como iniciamos, se te cayo un poco de café en tu barbilla. Yo pille una servilleta,
me acerque y empecé a limpiarte, tu me dejabas, me mirabas, y al mirarme y yo a ti también, surgió el acercamiento de besarte. Tu venias, yo venia, y ese fue nuestro primer beso.
Las semanas posteriores fueron aumentando los besos, a veces en el coche, otras en un parque desconocido ausente de gente.
Un día decidimos ir a mi casa. Estábamos cansados de buscar lugares discretos lejos de miradas, lejos de águilas.
Era un día lluvioso, día de perros. Como siempre el reloj era imparable, teníamos nuestro tiempo común. Nos quitamos las botas y nos dejamos caer sobre la cama. Cogimos una manta y nos acucuramos para darnos calor. Tu nariz estaba fría, mis manos también. Juntos entrabamos en calor. A medida que sentía el calor, también me iba subiendo la excitación. Te olía, ya habíamos pasado de las caricias faciales a besarnos. Estábamos tan a gusto que ojala eso durara días sin levantarnos de allí.
Nuestra ropa empezó a resultarnos
agobiante. Nos desvestimos lentamente uno al otro. Tu jersey mimaba mis manos. Mi pecho se
descubrió ante ti. Tú cogiste tus manos y empezaste a acariciarlo, así suave, y
como una gata jugabas con mi bello del pecho. Acto seguido empezaste a besar mi
pecho, mis pezones, yo sentí tu cabeza debajo de la mía. Te acariciaba el
cuello y tu cabeza con mis manos. Agache un poco mi cabeza para empezar a
susurrarte mi lengua en tu oído, sentí que te gustaba. Llevábamos ya muchos meses que nos veíamos en diferentes lugares. Nuestras circunstancias no eran sencillas. Ambos lo sabíamos. Pero también teníamos claro lo importante que éramos el uno para el otro en nuestras vidas.
Cuando nos veíamos en alguna cafetería discreta nos sentábamos juntos pegados, sentíamos el roce de nuestras piernas. Hablábamos tanto, otras simplemente nos aguantábamos la mano, acariciando y deseando que las dos horas que teníamos pasaran lentamente. Me contabas tus cosas de casa, tus preocupaciones, yo mis logros, mis pequeñas locuras, y tus contra locuras nunca faltaban.
Un día, no se bien como iniciamos, se te cayo un poco de café en tu barbilla. Yo pille una servilleta,
me acerque y empecé a limpiarte, tu me dejabas, me mirabas, y al mirarme y yo a ti también, surgió el acercamiento de besarte. Tu venias, yo venia, y ese fue nuestro primer beso.
Las semanas posteriores fueron aumentando los besos, a veces en el coche, otras en un parque desconocido ausente de gente.
Un día decidimos ir a mi casa. Estábamos cansados de buscar lugares discretos lejos de miradas, lejos de águilas.
Era un día lluvioso, día de perros. Como siempre el reloj era imparable, teníamos nuestro tiempo común. Nos quitamos las botas y nos dejamos caer sobre la cama. Cogimos una manta y nos acucuramos para darnos calor. Tu nariz estaba fría, mis manos también. Juntos entrabamos en calor. A medida que sentía el calor, también me iba subiendo la excitación. Te olía, ya habíamos pasado de las caricias faciales a besarnos. Estábamos tan a gusto que ojala eso durara días sin levantarnos de allí.
Nuestras cabezas se volvieron a encontrar en altura. Veía por primera vez tus pechos, poderosos,
los arrimabas contra mi pecho, mientras en la parte inferior nuestras piernas jugaban a enlazarse, rozarse, a presionarse. Cada presión de pierna y muslos era como un breve pre-orgasmo que recorría nuestros cuerpos.
Sentía tu aumento de respiración. Te pedí que te apoyaras con tu espalda en el respaldo de la cama. Te posicionaste, y abriste tus muslos para dar entrada a mi boca que deseaba besarte y succionarte tu sexo candente y mojado. Con una mano tuya me dirigías, te tocabas. Con otra mano subías tu pecho a tu boca y no hacías más que lamer tu pezón con tu boca para volverme loco de tentación. Tus labios pintados destacaban. Mientras
Mi miembro iba cogiendo forma, tieso. Me pedias con ojos estrella que viniera. Que entrara en ti. Mientras te entraba con tacto lento y otros más rápidos, tú me presionabas con tus muslos piernas mi cuerpo hacia ti. Para que la presión aumentara a través de tu empuje con tus muslos. Las vibraciones pre-paradisiacas aumentaban. Por ratos sacaba mi miembro, y utilizaba mis dedos mientras tu boca lamia mi colorado punto herviente. Lo comías con devoción. Con saliva y ruido, ese ruido del placer que no para.
Más adelante me estire con boca hacia arriba. Quería que te montaras sobre mi. Viendo tu cara, tus senos y mientras lo hacíamos nos mirábamos y nos empujábamos con palabras excitantes cada vez más fuertes , más deseadas. Éramos signos de fuego, esto era evidente. No estábamos en un campo de margaritas sino en el mismísimo rio de lava del infierno.
De vez en cuando tomábamos nuestro tiempo, para volver a las caricias y los besos, eran presentes durante toda nuestra entrega. Estábamos enamorados, solo así se explica la forma que teníamos de quedarnos clavados con nuestras miradas.
Nos vendamos mutuamente los ojos. Lo habíamos hablado hace tanto y lo hicimos. Era tan tierno, tan eróticamente puro que no requeríamos de ojos para tocarnos, para saber a dónde íbamos. Tu me apretabas el miembro y lo masajeabas. Yo te mordía el cuello, y te pasaba la lengua una y otra vez. Pequeños mordiscos que parecían gustarte.
Nuestro encuentro…..
@Ava
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