Me agacho
y ato el zapato,
la mente divaga, se expande,
se inicia el viaje.
en el tiempo, en la distancia,
en meteoritos-sensaciones que atraviesan mi mente
mientras en automatismo se desliza el cordón entre mis dedos
para apretar y sujetar,
y estoy cerca de una satisfacción
al erigirme y encontrar mi cara “poemizada” en la expansión del espejo.
Me agacho,
me inclino,
Maria o Mónica, no recuerdo su nombre
que lucia en su tarjeta de cajera de la esquina primera,
en ese sitio donde olían panes nacidos de manos emprendedoras.
De ella si me acuerdo,
y ella tal vez de mi mirada que entraba y salía,
provocando una situación que podría dar lugar a un viaje,
a un reino conquistado en común.
Me agacho,
me tuerzo,
el calcetín derecho entra a pelo,
pienso en los hombres mono para
enganchar con el pie izquierdo.
Los rayos del sol que entran por la ventana
iluminan las motas de polvo que flotan en este espacio de mañana temprana.
Me agacho,
me encojo,
desnudos siguen los años
cantando canciones de placer y untadas por debajo
con paté de realidad.
Mis amigos, mis amores, mis decepciones,
dentro de un tranvía.
Cuando quiero,
me subo.
Tú eres el sol que brilla desde el centro del
sistema
y haces circular grados completos de conciencia recibida.
Tú eres el calor que producen tus reacciones internas
y radias sin ver quien es mejor o quien es peor,
das vida y la vida te mira.
Te ocultas bajo mar, ríos, montañas
o edificios de una civilización expansiva
y la oscuridad aflora y hasta consuela,
tristezas y penas, las de poetas,
las de madres,
las de cualquiera que recuerda el esfuerzo y el cariño que puede dar mañana. Tú eres luz que frena la nada de la materia
inexistente,
del nada absoluto entre estrellas y galaxias,
en las pupilas que te ven, se reflejan las gracias.
El sol es el corazón que hace sentir,
El sol es el motivo que hace vivir,
El sol es el amor que se cree tener,
El sol es todo lo escrito y por escribir
hasta que la Tierra
revienta,
hasta que desaparezca. @ Las Crónicas de Ava
Avisto blusa en fase de desabrochado, entrevés mis carnales discernimientos al abrir uno por uno los botones que mantiene en elegancia fetiche la tela adherida a tu cuerpo. Como un lince escurridizo cazo los momentos oportunos de tu proximidad diaria para rozarte y sentir fricción entre tu, entre yo, entre nosotros, y en medio oler el tejido suave para ronronearte como felino domado al lado de su femenina atraída.
Aprieto por doquier adaptando tu cuerpo a la moldura de la mesa de roble. Variamos de presa, agarras y no sueltas, te contradigo clavando tus manos a la claridad de mis intenciones. Me maldices, me injurias, me fuerzas, me muerdes y después de todo sabes que al final nos vamos a quedar exhaustos, recogidos, rendidos y entregados en la última esquina en la que este mundo nos iría a buscar.
Hacia tiempo que no me sentía activa.
Seguía las partículas de un hogar que había construido,
de mueble a mueble,
de emociones que desprendía sin pensar, sin calcular, sin dibujar.
Un día, después de muchos años,
me desperté viendo la prole ya crecida y tomando sus decisiones.
Me acerque al espejo, toque mis labios, acariciando mi cabello de arriba
a abajo,
metiendo el pelo entre mi boca,
coqueteando con la apetencia que me reflejaba el espejo
y las luces difuminadas del fondo presente inducían a convertirlo en momento
precioso.
Una voz me dijo que despertara, que me quisiera, que gustara,
me hablo de una vida que quería despertar de nuevo desde la punta de mis dedos.
Rebelión positiva,
eso me decía,
y a medida que me miraba con las visiones que salían de sus ojos,
los míos rompieron el muro y empecé a abandonar la sequedad de mi boca
y el me abrazo,
me llevo. @ Las Crónicas de Ava
Pelar
emociones en mandarinas
Niños, niñas de ultra mundo.
De este lado de la abundancia,
del otro lado de la escasez.
En ambos hemos pisado fondo.
Algunos más, otros solo con las puntas de sus dedos.
¡Hambre! Convócame otra vez a tu círculo para soñar
del olor de los panes recién hechos de madrugada
con las puertas cerradas, las calles vacías.
¿Sabéis que ya no creo el amor de palabras? ¿Sabéis que soy seguidor de la estaca
con clavos,
de esa que rompe el día con coraje y miradas llenas de realeza?
Al bajar del bus piso suelo mojado,
lo beso para sentir mis pies parte del movimiento terrestre.
Estoy en este lado, el mío.
¿Donde esta el tuyo?
Os podría hablar de aquí hasta Tegucigalpa
de pelar emociones escondidas en mandarinas recién recogidas.
Esfuerzo, eso he mamado desde pequeño.
Sigo deseando abrazar. ¿A quien?
Callado.
Tumbado,
miro hacia el techo que gotea incógnitas parpadeantes
de situaciones todavía no vividas.
Quiero alcanzar la cuerda que se halla en el cielo negro,
y atar la amenaza permanente.
De píe,
la Tierra me
asegura que no caigo en la inconsciencia.
El rey del sueño a veces es traicionero,
y no puedo descuidar mi vigilancia.
Para esto también sirve la prosa libre.
Para taparse con cariño y alcanzar la costa segura.
Esperaba sentado
en el cuarto callejón
de la Avenida Encuentro,
en un banco de madera con corazones
marcados a cuchillo limpio,
coloreado por los amores promiscuos
de las pubertades hambrientas.
Las diez de la mañana,
ella a punto de llegar,
sus niños a salvo en el arca del conocimiento.
Lo decía y yo entendía:
Mis niños primero,
antes que yo, antes que tu,
antes que cualquier certeza planetaria
que confirme a erupción de lava pasión
que tú y yo somos un mundo,
ahora aparte de todo sí.
Ser segundo no me gustaba,
lo detestaba,
simular normalidad al cruzarnos en el paseo de las columnas públicas
y rozarnos invisiblemente al cruzar,
era una gestión teatral por la que teníamos que pasar,
aún,
mañana Dios diría.
Inventamos palabras, códigos secretos,
perversos en clave de Sol mayor al juntar nuestras piernas
y sentir roce imaginario de nuestro próximo encuentro.
Hasta llegamos a entrar en juegos peligrosos,
con el morbo apretando,
haciendo necesarias esas locuras que tu hacías
y al hacerlas te sorprendías de porque las hacías.
Tu te sentabas en el asiento 7A en el Cine con tus tesoros,
y tu anillo derecho, ese que deseabas perder, deshacer.
Era complicado.
Yo desde el asiento trasero 8A te olía el cabello,
te soplaba, te inhalaba, y con dedo índice te dibujaba
segundos de sensaciones que te hacían recorrer tu libido.
Tu chaqueta postrada, extendida en tus rodillas,
tus manos debajo,
y tus impulsos y mis recorridos te elevaban una tensión,
que en ocasiones finalizaba en un alivio mutuo,
otras en repentinas interrupciones del juego iniciado.
Y venias,
a ese callejón,
a ese banco, lo pasabas,
y entrabas por la puerta trasera de ese edificio medio arruinado,
pero que aún ofrecía servicios de hospedaje angelical,
eso decían, aliados de la tentación.
Yo entraba cinco minutos después.
Segundo piso, letra E,
sin ruidos, sin presencias,
pago en efectivo a la señora mayor,
la pobre,
cansada y ella callaba con su televisor pequeño de 14 pulgadas.
Abrí la puerta,
tus ojos me llenaban, tus brazos me llenaban,
me llenaste al echarte al suelo.
Puta en la cama, señora en la calle,
así decía tu abuela,
la experiencia sabida.
Yo estaba a punto de llorar,
estos meses de camuflaje y evitar rastros,
de ser sombra invisible,
no pasaba de mí sin dejar factura.
Clamamos al tiempo,
rezamos a la Luna Patria de la que juramos ser sus hijos
y aullar sexualidad pura de almas que fueron recientemente liberadas.
El suelo,
parquet delicioso,
nos gustaba lo duro, lo plano,
cuando te montaba a veces te estiraba
el cabello,
te dominaba y alcanzaba,
oía tus plegarias de yegua desbocada,
y tenía el coraje de taparte los ojos
para hacerte besar mis manos
y coronarme en palabras de azúcar para llenar tu boca de alumna.
Con palabras te hacía el amor,
eso decías,
yo me encogía, y tú me desenrollabas como cuerda delicada
que salía por partes ennegrecidas con experiencias del pasado.
Conocías el Abecedario de la provocación impulsiva,
como viuda negra me alentabas a extender los límites de lo que habíamos hablado.
Perra que me lleva,
Diablo que se deja,
palabras soeces expresadas en erotismo reventado que hacían crecer tus senos
y me hacían sentir acero sueco.
Evitábamos describir, prometer, planear,
la vida sexo y la poesía labial era un doble ahora,
manos y dedos enlazados en una presión
que nos hacia parir el jardín de las orquídeas prohibidas.
Se nos habían terminado los adjetivos para definir
que material bombeaban nuestras venas al juntarnos
para respirar el mismo oxigeno.
El mundo le daba el nombre de Amantes.
No hacia justicia. Ninguna.
Yo me unía a ti, tu a mí,
maestros del placer, cómplices del nacer,
Ángeles de fuego destinados a desaparecer.
@ Las Crónicas de Ava
Declamado por Angeles Lopez Quesada
Tuve el placer de haber sido invitado por la Confederacion Aspace para realizar una ponencia
de motivación. La ponencia llevaba por titulo "El crecimiento de un hijo de un dios menor" y se
realizo en el marco del Congreso nacional de Paralisis Cerebral celebrado el 3 de Octubre en el Palacio de Congresos de Oviedo.
Aqui el video completo del dia de Congreso. Mi ponencia se puede ver a partir del minuto 11 hasta el 30.