Pelar
emociones en mandarinas
Niños, niñas de ultra mundo.
De este lado de la abundancia,
del otro lado de la escasez.
En ambos hemos pisado fondo.
Algunos más, otros solo con las puntas de sus dedos.
¡Hambre! Convócame otra vez a tu círculo para soñar
del olor de los panes recién hechos de madrugada
con las puertas cerradas, las calles vacías.
¿Sabéis que ya no creo el amor de palabras? ¿Sabéis que soy seguidor de la estaca
con clavos,
de esa que rompe el día con coraje y miradas llenas de realeza?
Al bajar del bus piso suelo mojado,
lo beso para sentir mis pies parte del movimiento terrestre.
Estoy en este lado, el mío.
¿Donde esta el tuyo?
Os podría hablar de aquí hasta Tegucigalpa
de pelar emociones escondidas en mandarinas recién recogidas.
Esfuerzo, eso he mamado desde pequeño.
Sigo deseando abrazar. ¿A quien?
Callado.
Tumbado,
miro hacia el techo que gotea incógnitas parpadeantes
de situaciones todavía no vividas.
Quiero alcanzar la cuerda que se halla en el cielo negro,
y atar la amenaza permanente.
De píe,
la Tierra me
asegura que no caigo en la inconsciencia.
El rey del sueño a veces es traicionero,
y no puedo descuidar mi vigilancia.
Para esto también sirve la prosa libre.
Para taparse con cariño y alcanzar la costa segura.
Esperaba sentado
en el cuarto callejón
de la Avenida Encuentro,
en un banco de madera con corazones
marcados a cuchillo limpio,
coloreado por los amores promiscuos
de las pubertades hambrientas.
Las diez de la mañana,
ella a punto de llegar,
sus niños a salvo en el arca del conocimiento.
Lo decía y yo entendía:
Mis niños primero,
antes que yo, antes que tu,
antes que cualquier certeza planetaria
que confirme a erupción de lava pasión
que tú y yo somos un mundo,
ahora aparte de todo sí.
Ser segundo no me gustaba,
lo detestaba,
simular normalidad al cruzarnos en el paseo de las columnas públicas
y rozarnos invisiblemente al cruzar,
era una gestión teatral por la que teníamos que pasar,
aún,
mañana Dios diría.
Inventamos palabras, códigos secretos,
perversos en clave de Sol mayor al juntar nuestras piernas
y sentir roce imaginario de nuestro próximo encuentro.
Hasta llegamos a entrar en juegos peligrosos,
con el morbo apretando,
haciendo necesarias esas locuras que tu hacías
y al hacerlas te sorprendías de porque las hacías.
Tu te sentabas en el asiento 7A en el Cine con tus tesoros,
y tu anillo derecho, ese que deseabas perder, deshacer.
Era complicado.
Yo desde el asiento trasero 8A te olía el cabello,
te soplaba, te inhalaba, y con dedo índice te dibujaba
segundos de sensaciones que te hacían recorrer tu libido.
Tu chaqueta postrada, extendida en tus rodillas,
tus manos debajo,
y tus impulsos y mis recorridos te elevaban una tensión,
que en ocasiones finalizaba en un alivio mutuo,
otras en repentinas interrupciones del juego iniciado.
Y venias,
a ese callejón,
a ese banco, lo pasabas,
y entrabas por la puerta trasera de ese edificio medio arruinado,
pero que aún ofrecía servicios de hospedaje angelical,
eso decían, aliados de la tentación.
Yo entraba cinco minutos después.
Segundo piso, letra E,
sin ruidos, sin presencias,
pago en efectivo a la señora mayor,
la pobre,
cansada y ella callaba con su televisor pequeño de 14 pulgadas.
Abrí la puerta,
tus ojos me llenaban, tus brazos me llenaban,
me llenaste al echarte al suelo.
Puta en la cama, señora en la calle,
así decía tu abuela,
la experiencia sabida.
Yo estaba a punto de llorar,
estos meses de camuflaje y evitar rastros,
de ser sombra invisible,
no pasaba de mí sin dejar factura.
Clamamos al tiempo,
rezamos a la Luna Patria de la que juramos ser sus hijos
y aullar sexualidad pura de almas que fueron recientemente liberadas.
El suelo,
parquet delicioso,
nos gustaba lo duro, lo plano,
cuando te montaba a veces te estiraba
el cabello,
te dominaba y alcanzaba,
oía tus plegarias de yegua desbocada,
y tenía el coraje de taparte los ojos
para hacerte besar mis manos
y coronarme en palabras de azúcar para llenar tu boca de alumna.
Con palabras te hacía el amor,
eso decías,
yo me encogía, y tú me desenrollabas como cuerda delicada
que salía por partes ennegrecidas con experiencias del pasado.
Conocías el Abecedario de la provocación impulsiva,
como viuda negra me alentabas a extender los límites de lo que habíamos hablado.
Perra que me lleva,
Diablo que se deja,
palabras soeces expresadas en erotismo reventado que hacían crecer tus senos
y me hacían sentir acero sueco.
Evitábamos describir, prometer, planear,
la vida sexo y la poesía labial era un doble ahora,
manos y dedos enlazados en una presión
que nos hacia parir el jardín de las orquídeas prohibidas.
Se nos habían terminado los adjetivos para definir
que material bombeaban nuestras venas al juntarnos
para respirar el mismo oxigeno.
El mundo le daba el nombre de Amantes.
No hacia justicia. Ninguna.
Yo me unía a ti, tu a mí,
maestros del placer, cómplices del nacer,
Ángeles de fuego destinados a desaparecer.
@ Las Crónicas de Ava
Declamado por Angeles Lopez Quesada
Tuve el placer de haber sido invitado por la Confederacion Aspace para realizar una ponencia
de motivación. La ponencia llevaba por titulo "El crecimiento de un hijo de un dios menor" y se
realizo en el marco del Congreso nacional de Paralisis Cerebral celebrado el 3 de Octubre en el Palacio de Congresos de Oviedo.
Aqui el video completo del dia de Congreso. Mi ponencia se puede ver a partir del minuto 11 hasta el 30.
Album de fotos colgado en mi Facebook:
Ponencia realizada por Alvaro Villa André (Las Crónicas de Ava) en el Congreso Nacional de la Confederación Aspace en Oviedo - 3 de Octubre 2015
Posted by Alvaro Villa André on Sábado, 3 de octubre de 2015