Cada día me tapabas el
hueco por donde entraba el aire
Era el primero en meterme en cama,
miraba por ti,
esperando tu entrada.
Te desvestías y te volviste a vestir con la piel
de mi cuerpo térmico
para decir al frío que no lo querías como compañía.
Antes me cubrías el hueco con la sabana
por donde entraba el aire,
Meticulosa, cuidadosa,
admiraba la forma que cuidabas lo que es tuyo,
lo que percibías como tesoro.
Sincronizábamos las vueltas en la cama.
Mi espalda era tu lienzo donde pintabas “Historias susurradas” con tus latidos.
Sentía seguridad.
En las noches,
donde las espadas me rajaban heridas en los nervios y las piernas,
tu estabas allí vigilante,
atenta a cada espasmo repentino que me pudiera hacer caer al foso de la inconsciencia.
Círculos en tiempos perfectos,
apretaba y me acercaba por tu espalda
para poner mis manos sobre tus senos
y darte el combustible para que irradiaras tus planetas.
Cruce de piernas y me iba contigo al Tibet de las respiraciones intensas.
Laberintos, miel.
Sabíamos vernos y querernos.
@ Las Crónicas de Ava
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