Cuando se partía la peseta
cuando aún vestía pantalones cortos y camiseta de rayas
y daba comer hierba a las gallinas de mi abuela,
mis padres partían la peseta que daba gusto.
Un trozo era para el bocadillo de membrillo
bajo el árbol de las naranjas.
Los domingos caía otro pedacito de la difunta peseta
y por unos duros nos disponíamos a ver doble sesión
de vaqueros y karatekas chinos.
Entre semana el monedero que hacia “clic” al cerrar,
dejaba rodar otras monedas por el suelo del comedor
hacia la portería pintada con tiza en la pared.
Doña Luisa de la tienda esperaba,
entre tebeos, máquinas pin-ball y kilos de dulces “bolsas sorpresa”.
@ Las Crónicas de Ava
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