Los niños de la Guerra
Venían del Norte,
los señores de la Guerra,
las hienas del diablo,
con pierna partida,
venían a recaudar súbditos
para plantar las semillas del odio.
A las madres y a los ancianos se les ponían los ojos de blanco sepulcro
y al resto de los seres caminantes se les paralizo la respiración
cuando vieron entrar los carros con rifles, cuchillos y armas de asalto
por las paseos polvorientos del poblado.
Frente de liberación se hacían llamar,
niños grandes sin conciencia de Dios,
con el amor erradicado en todas sus entrañas.
La rabia en sus frentes les movía a matar, a triturar, a raptar.
Encontraban horror, en los ojos que los miraban.
Reunieron a todos los niños en el centro de la plaza,
la mitad de sus padres muertos,
la otra mitad a punto de ser partidos con machete
por sus propios hijos al verse amenazados de muerte,
pánico de las torturas de un continente negro divido en tribus y clanes.
Los niños crecidos y comandantes apalizaban a los niños de teta creciente,
decían que aquí debéis odiar y matar porque el pueblo os lo pide,
ese cúmulo de rebeliones y causas que ondean banderas ensangrentadas.
¡Y ahora somos vuestra familia! les decían,
un tiro en la nuca si no obedecéis a la voz del jefe leopardo.
A una criatura de 8 años arrancada de las manos de Dios
le colocaban un fusil en la mano,
y sus brazos de barro soportaban cada disparo,
cada acierto le partía el alma,
su infancia que desterrada
en un río de mar salada que salía de sus ojos negros.
los señores de la Guerra,
las hienas del diablo,
con pierna partida,
venían a recaudar súbditos
para plantar las semillas del odio.
A las madres y a los ancianos se les ponían los ojos de blanco sepulcro
y al resto de los seres caminantes se les paralizo la respiración
cuando vieron entrar los carros con rifles, cuchillos y armas de asalto
por las paseos polvorientos del poblado.
Frente de liberación se hacían llamar,
niños grandes sin conciencia de Dios,
con el amor erradicado en todas sus entrañas.
La rabia en sus frentes les movía a matar, a triturar, a raptar.
Encontraban horror, en los ojos que los miraban.
Reunieron a todos los niños en el centro de la plaza,
la mitad de sus padres muertos,
la otra mitad a punto de ser partidos con machete
por sus propios hijos al verse amenazados de muerte,
pánico de las torturas de un continente negro divido en tribus y clanes.
Los niños crecidos y comandantes apalizaban a los niños de teta creciente,
decían que aquí debéis odiar y matar porque el pueblo os lo pide,
ese cúmulo de rebeliones y causas que ondean banderas ensangrentadas.
¡Y ahora somos vuestra familia! les decían,
un tiro en la nuca si no obedecéis a la voz del jefe leopardo.
A una criatura de 8 años arrancada de las manos de Dios
le colocaban un fusil en la mano,
y sus brazos de barro soportaban cada disparo,
cada acierto le partía el alma,
su infancia que desterrada
en un río de mar salada que salía de sus ojos negros.
Kampala, Uganda, Ruanda, Somalia, Tanzania, Liberia,
la África fratricida y los niños de la guerra.
la África fratricida y los niños de la guerra.
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