BUCHA - UCRANIA
Había sido enviado por la Federación Galáctica para determinar si la humanidad estaba preparada para dar el salto más importante: integrarse en la comunidad de civilizaciones avanzadas de la Vía Láctea.
Siempre había defendido que la humanidad era capaz de realizar los gestos más sorprendentes de apoyo y coraje en tiempos de extrema dificultad. En las décadas pasadas, noté en los seres humanos un incremento en su capacidad para generar conciencia planetaria y liberarse de los dogmas transmitidos por generaciones, los cuales han causado divisiones entre la población.
Sin embargo, lo que presencié en marzo de 2022 en Bucha, Ucrania, me devolvió de golpe a la cruda realidad de la especie dominante que habita este planeta.
Al entrar en Bucha, el cartel que indicaba el nombre del lugar estaba medio caído, y el viento lo hacía crujir con un sonido digno de una película de terror.
No tuve que caminar mucho. A la vuelta de una esquina, vi a un ciclista tirado en el suelo. Junto a él, su fiel perro guardaba luto, esperando quizá que su dueño volviera a la vida.
Una anciana se acercó llorando, buscando un abrazo de consuelo. Había perdido a su hija y sus nietos. Me dijo que, desde los tiempos del "Holodomor" —la hambruna provocada por Stalin y su régimen, que causó millones de muertes al pueblo ucraniano—, no había vivido una crueldad tan aplastante contra la dignidad humana como la de aquel marzo de 2022.
La anciana me llevó a un coche azul lleno de impactos de bala. Dentro yacían, según ella, los cuerpos sin vida de sus vecinos Boris y Olga, de unos 70 años. Me preguntaba qué peligro podrían haber representado ellos para las fuerzas ocupantes.
Avancé unos cien metros más y me encontré, junto a una pared, diez cuerpos de civiles maniatados, alineados en el suelo, como si hubieran sido ejecutados por un pelotón de fusilamiento.
¿No se suponía que los ucranianos eran, para las fuerzas ocupantes rusas, algo así como primos hermanos? ¿Y los múltiples vínculos familiares que se habían tejido entre ambas naciones a lo largo de los años?
A lo largo de mi experiencia como observador, había constatado que las peores masacres ocurren en conflictos fratricidas, donde hermanos y allegados llegan a un punto de odio y destrucción tal que las palabras humanidad y misericordia pierden todo significado.
Después de aquel día, mi fe y esperanza en que esta humanidad pudiera deshacerse, en un tiempo razonablemente cercano, de las lacras y prejuicios que la acechan sufrió un duro revés.
Pero mientras haya luz, no dejaré de creer. No dejaré de pensar que algún día será posible.
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